2 dic 2007
EL Espiritu
El Espíritu es buen chofer
Fe.Eusebio Gomer Navarro O.C.D
En un remoto lugar de la India vivía un hombre que nunca había visto un carro. Y le regalaron uno. Al ver que el carro tenía ruedas, se le ocurrió empujarlo. Y así, empujándolo, se paseaba muy ufano por todo el pueblo. Vino un coger dispuesto a echarle una mano, pero el desconfiado amo ni le permitió tocarlo. Días más tarde, agotado por el esfuerzo, lo llamó y pidió su ayuda. El coger limpió el motor, echó agua y gasolina, se puso al volante e invitó al amo a sentarse a su lado. Cuando el carro finalmente arrancó y toó velocidad su sorprendido amo no cabía en sí de alegría.
De nada sirve tener un carro nuevo, si no se sabe manejarlo. De nada sirve el tener una guitarra de mucho valor, si no se sabe tocar. Nada adelantamos con ser templos del Espíritu si no tenemos conciencia de Él y no nos abrimos a su obra. Él actúa eficazmente en quien le abre la puerta de su libertad y se entrega dócilmente a su acción amorosa. Pablo, que conocía la labor del Espíritu, recomendaba a los cristianos: “ No entristezcan al Espíritu” (Ef 4,3=; no lo extingan (1Ts 5.19).
Cuando alguien no pone obstáculos al Espíritu y deja que Él obre, éste actúa con fuerza, moviendo, guiando y transformando la persona para que sea capaz de proezas excepcionales. Así ha sucedido en la historia con los que se han abierto al Espíritu de Dios.
Los jueces de Irreal fueron suscitados por el Espíritu de Dios, cambiados totalmente, fueron capaces de llevar adelante la liberación del pueblo.
El Espíritu abrió los oídos y el corazón de los profetas para que pudieran mantenerse fieles a la palabra escuchada y se convirtieran en testigos de Dios (Zac 7.12).
Jesús obra en el Espíritu. Toda su conducta manifiesta la acción del Espíritu en Él (Lc 4.14).
El Espíritu Santo es la fuerza que lanza a la Iglesia de los primeros cristiano “hasta las extremidades de la tierra” (Hch 1,8) y acompaña y guía la acción de los apóstoles (Hch 16.6).
El Espíritu es el que ha iluminado a Juan XXIII, a la madre Teresa de Calcuta, a Martín Luther King y a tantos otros para que hicieran de su vida una entrega total a los hermanos.
El Espíritu Santo está en nosotros y espera nuestra colaboración, nuestra apertura a su acción. Él “habita en el corazón de los fieles como en un templo y en ellos ora”, dice el concilio Vaticano II. No es figura decorativa. Viene a nosotros para darnos vida, guiarnos, transformarnos y para que seamos sostén y roca de otros cristianos.
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